Publicado por Juan José Gómez Cadenas y Aitzol García Etxarri
Fotografía Mikel MartínezCualquiera que pase cerca de la mesa donde nos sentamos —en la terraza de una taberna en Pasai San Pedro, junto a la bahía de Pasaia, bajo un cielo azul hasta decir basta— reparará en los platos de pescado frito, capaces de resucitar a Lázaro, en el buen humor de los comensales y en la animada conversación, que gira entorno a un personaje cuyo atuendo sugiere que acaba de llegar de arar un campo o cavar en una mina. Lo cierto es que viene de cavar en una tumba. Y sin embargo, Rafael Yuste (Madrid, 1963) no es ni minero, ni detective, ni arqueólogo, ni historiador ni forense —aunque tiene un poco de todo lo anterior— sino uno de los neurocientíficos más reputados del mundo, impulsor del proyecto BRAIN, profesor en la Universidad de Columbia (Estados Unidos) e investigador del Donostia International Physics Center (DIPC).
Cuéntanos de dónde vienes.
Vengo de excavar el osario en el cementerio de Altzo, donde queremos encontrar los huesos del gigante de Handia. El personaje, como recordaréis fue retratado en la película Handia. Probablemente estaba aquejado de acromegalia o gigantismo y se ganó la vida viajando por Europa como parte de un espectáculo de feria. Regresó a morir a Altzo, donde falleció de tuberculosis. Se le enterró detrás de la iglesia, pero hasta el momento no se han encontrado sus huesos y corre el rumor de que han sido robados y podrían haber acabado en el Museo del Hombre de París, donde hay un esqueleto de un gigante que no tiene etiqueta.
El caso es que la familia del gigante, que todavía vive en Altzo cinco generaciones más tarde, ha pedido a la asociación Aranzadi, a la que pertenezco, que se investigue el paradero de los huesos. Aranzadi ha montado una brigada de voluntarios entre los que me encuentro, y llevamos tres días excavando en el cementerio de Altzo, en la tumba donde está la familia. Hoy hemos alcanzado el sustrato donde está enterrada la gente de la época de las guerras carlistas, hemos encontrado un trozo de una pipa de caolín, que es la que fumaban los soldados. También hemos encontrado los huesos de una persona muy alta, pero no tanto como esperamos que sea el gigante de Handia. Por el tamaño del fémur, los restos que hemos encontrado se corresponden a una persona que medía 1.90, pero buscamos a una persona que pasaba de largo de los dos metros.
La operación la dirige Paco Etxeberria, el forense, famoso porque se ocupó de la autopsia de Lasa y Zabala. Yo pertenezco a Aranzadi, soy voluntario, como todos sus miembros y tengo la suerte de participar en esta excavación, aunque no tengo formación de arqueólogo.
Aranzadi es una asociación que tiene setenta y tres años, fue creada como un centro de estudios cuando en Euskadi todavía no había universidad. Entre todos los socios pagan una cuota, con la que se mantienen una docena de departamentos muy específicos: antropología, ornitología, historia, botánica… A mí me encanta ver las setas, los pájaros, los árboles, preguntar por la historia… Parece que Aranzadi se ha hecho para mí.
Di con ellos a través de mi mujer, que es politóloga y estudia la memoria histórica en Latinoamérica y España. Pertenece a un grupo del CSIC, y ahí es donde conoció a Etxeberria. Paco me llevó a una exhumación y le dije que me llamara siempre que estuviera aquí. El lunes me dijo que íbamos a exhumar al gigante. Como os podéis imaginar no participo como investigador, sino como currito de pico y pala. Lo disfruto que no os lo podéis imaginar.
Desde que he llegado aquí este año, esta es la segunda excavación en la que participo. La primera fue en el monte Arralde hace dos semanas, dijeron los viejitos de un pueblito que había allí una sima con cadáveres de la guerra civil. Fuimos unos quince voluntarios un sábado que llovía a mares. Nos metimos en la primera sima, en la que había huesos de animales, pero no de personas. En la segunda se metieron los expertos que, entre otras cosas, son himalayistas, han subido varios ochomiles y en consecuencia se atreven con trepadas difíciles. Tampoco encontramos nada. Pero en la tercera sima, que tenía treinta metros y estaba muy cerca de las trincheras cavadas en la piedra, sí había huesos humanos. Pero como estaba tan profundo y era el final del día, no nos dio tiempo a hacer nada, así que tenemos que hacer otra expedición. Habrá que llevar equipo para descender porque son treinta metros.
¿No hay una competición entre el CSIC y esta asociación? ¿Por qué una asociación de voluntarios tiene derecho, entre comillas, a hacer esto?
Aranzadi es una asociación independiente, que nunca se ha casado con nadie, ni con el gobierno vasco ni con la universidad. En consecuencia, no tienen financiación directa pública, y compiten por obtener proyectos como cualquiera. Pero, por otro lado, tienen una reputación impecable. Les llaman para todo y muy en concreto para hacer exhumaciones, tanto en fosas de los sublevados como de los republicanos. Hasta tal punto que el gobierno de Sánchez ha contratado a Paco Etxeberria para que ayude a dirigir la memoria histórica desde el Palacio de la Moncloa, tiene despacho allí, porque está dentro de una comisión de servicios. Aranzadi es ya un referente en memoria histórica en España. Pero como os digo, no tienen sesgos. Por ejemplo, cuando estuvieron en Toledo, les llamó el arzobispo para que exhumaran a seis curas que estaban debajo de un pozo.
En Aranzadi hay gente muy interesante, de todo tipo. Por ejemplo, he metido ahora a un amigo mío que tiene una empresa de inteligencia artificial. Ha venido otro con un dron que maneja desde su iPad y nos permite hacer prospecciones aéreas de las fosas. Otro compañero trabaja en la oficina de derechos humanos de la Cruz Roja en Ginebra. De hecho, cuando estaba con el tema de los neuroderechos, le pude pedirle opinión a él, porque conoce a gente del alto comisionado.
El tema de los neuroderechos es apasionante y se está volviendo muy relevante, más ahora con el covid-19.
En efecto, con el covid estamos viviendo una invasión brutal a la privacidad que se traduce ya en situaciones peliagudas. Pero no es más que un aperitivo comparado con lo que se nos echa encima. Hay que entender que con la neurotecnología va a ser posible descifrar la actividad mental de las personas, y no estamos hablando de ciencia ficción, sino de una realidad inminente. Ahora mismo se está empezando a hacer de una manera primitiva en ciertos sitios del mundo, a través de escáneres de resonancia magnética funcional.
Un compañero mío, que es uno de los firmantes del artículo sobre los neuroderechos, lleva varios años con este tipo de escáneres y es ya capaz de correlacionar la imagen que una persona conjura en su mente con el mapa de actividad cerebral que registran sus aparatos. En otras palabras, aunque de manera todavía rudimentaria, puede leerle el pensamiento. Es de esperar que la tecnología avance rápidamente, así que en los próximos años, la capacidad de leer la mente de las personas se va a tornar en algo real.
¿Cómo definimos los neuroderechos?
Son unos nuevos derechos humanos para añadir a la Declaración Universal de 1948 que proteja a las personas. Todos los derechos humanos los puedes entender como derechos del individuo y de su comportamiento, esencialmente de su cuerpo, ahora falta por llegar a la mente. La mente define a las personas. Por ello, pensamos que no hay que añadirlos al final de la declaración, sino al principio.
Estos derechos protegen la mente humana. El primero es el derecho a la identidad personal, esto es, el derecho a ser una persona, que no te dividan en dos, tres o cuatro. De nuevo, parece ciencia ficción, pero no lo es. Esto ya lo hacemos en animales, se pueden manipular ciertas partes cerebrales, y el animal se comporta como otro sujeto distinto, somos capaces de disociar su comportamiento. En humanos se han estudiado muchos casos de pacientes con el cerebro dividido y dos o más personalidades. El punto es que estos casos se corresponden a patologías como la esquizofrenia, pero las neurotecnología nos va a permitir no solo leer sino escribir en las neuronas, así que, a priori, puede programarse el cerebro humano.
Esto está en plena efervescencia en todo el mundo, empujado en parte por la iniciativa BRAIN de Estados Unidos, pero apoyado también por iniciativas de muchos países como Europa, China, Japón, Corea, Australia o Canadá. Y recientemente se han apuntado a esta carrera las tecnológicas: Facebook, Microsoft… Se han metido en esto porque están pensando en que la nueva voltereta hacia el futuro de la tecnología, que pasó de las grandes computadoras a la computadora personal, y de ahí al teléfono inteligente. Lo siguiente va a ser la interfaz cerebro-computadora, que sería una especie de iPhone cerebral, una diadema que te pones en la cabeza y que te conecta a través de técnicas de lectura y escritura cerebral.
¿Esto es algo que tú ves venir o ya está en marcha?
Esto ya lo hacemos en animales. Mi especialidad es estudiar el cerebro de ratones, de hecho es este tipo de experimentos con luz. Accedemos al cráneo y leemos y escribimos actividad en la corteza visual del cerebro, y hacemos que los ratones se comporten como si estuvieran viendo cosas que realmente no están viendo. Lo que es muy importante es que el comportamiento que tienen estos ratones es idéntico a si lo estuvieran viendo. Este comportamiento conecta con la esquizofrenia humana: cuando los esquizofrénicos oyen voces, se activa la misma parte del cerebro que se activaría si realmente las estuvieran oyendo.
Los logros que hemos alcanzado en animales no tardarán en trasladarse a personas. En Facebook tienen un proyecto estrella llamado «Del cerebro al texto» (brain to text), cuyo objetivo es, con una interfaz de computadora en forma de diadema, que te pones encima del cráneo, puedes pensar en una palabra y esa palabra aparece en la pantalla de tu terminal. Esto es, la diadema te lee el pensamiento. Facebook ha hecho ya varias conferencias de prensa en los últimos años sobre este tema.
Pero, esto tiene un peligro, ¿no? Puede ser algo voluntario, pero también involuntario.
Claro. Además de descifrar la palabra que estás pensando, la diadema podrá descifrar otras muchas cosas. Posiblemente cosas que tú ni siquiera sabes que sabes, ya que la mayor parte del cerebro es subconsciente.
Da la impresión de que estamos a punto de abrir la caja de los truenos.
Exactamente. Y por eso hemos creado el grupo de trabajo de neuroderechos. Empezamos unas veinticinco personas que nos organizamos en una conferencia en la Universidad de Columbia. En el grupo hay representantes del mundo de la neurotecnología, de la clínica, de la bioética, de todos los proyectos de cerebro del mundo, y gente del mundo de las leyes. Ahí propusimos los neuroderechos como una barrera a la privacidad mental, en otras palabras, queremos hacer explícito que una persona tiene derecho a que no le lean la mente.
¿Nunca o solo si tú no quieres?
Nuestra propuesta es que los datos obtenidos de tu cerebro, los «neurodatos», sean tratado legalmente como si fuera un órgano del cuerpo, y que se aplique la legislación existente sobre las donaciones y los trasplantes de órganos. A pesar de que sean datos cerebrales, y no físicos, queremos que sea como el riñón, que los neurodatos tengan el peso legal de un órgano del cuerpo. Estamos trabajando esta idea para incluirlas en la legislación de Chile.
Chile es uno de los primeros lugares que os ha dado cobertura a nivel gubernamental.
Exacto. En parte por su historia reciente, son los primeros del mundo en cuanto a derechos humanos.
Volvamos a Facebook. ¿Pueden sacar cualquier día un producto que nos lea la mente?
En efecto. Por eso, hemos armado un grupo de cuatro personas en la Universidad de Columbia que se dedican solamente a los neuroderechos. He sacado dinero de debajo de las piedras para financiar nuestras actividades y estamos también contando con voluntarios.
Una de las ideas centrales que proponemos es el proactivismo, es decir, que las compañías que puedan utilizar estas tecnologías no las utilicen mal. Para ello, hemos lanzado la idea de un juramento tecnocrático. Hemos hecho una primera propuesta, entre otros a IBM, que está considerando adoptarlo. Tiene tres pilares: el respeto a la dignidad de las personas, el utilizar el conocimiento para hacer el bien, y la justicia.
Empezamos a acercarnos a las leyes de la robótica de Asimov.
Yo creo que tanto Asimov como nosotros nos inspiramos en el juramento hipocrático, que pide en primer lugar no dañar, en segundo la justicia —no puedes aplicar una cura a un paciente y a otro no—, y en tercer lugar, la dignidad personal. No puedes tratar a las personas como si fuesen cosas. Respetar la dignidad personal en la frontera de la mente es esencial, porque la mente es la que define a la persona.
Facebook, Google y todas estas empresas… ¿cómo se están tomando tu iniciativa en neuroderechos? ¿Están haciendo una carrera para llegar antes que tú?
Precisamente a estos de Facebook que están desarrollando el Brain to Text les hemos invitado a un congreso en Nueva York en noviembre para que hablen de ello. Es un congreso sobre interfaces con neurocomputadoras, y participan tanto técnicos como especialistas en cuestiones éticas y sociales. Queremos negociar con ellos para que firmen una declaración que les comprometa a utilizar sus futuros productos de una manera ética. A ellos les interesa también, obviamente no quieren ser los malos de la película.
Una de las veinticinco personas que firmó nuestro documento es el jefe de inteligencia artificial de Google. Respecto a Microsoft, hemos invitado a una de las vicepresidentas que lleva las cuestiones de ética y sociedad. Esperemos que haya un consenso. Además, la reunión está esponsorizada por IBM, porque su jefe de investigación, que es un español, está muy interesado en estas cuestiones éticas porque tienen ahora un problema muy serio con su algoritmo de reconocimiento facial, que, desgraciadamente, ha sido utilizado en asesinatos.
Por tanto, respecto a los neuroderechos, hay dos soluciones: una defensiva, con los derechos humanos, y una proactiva, mediante el juramento tecnocrático. También hay soluciones de ingeniería: fabricar un software que proteja los neurodatos. Una de las posibilidades para ello es que tus datos nunca salgan del aparato que los adquiere sin tu consentimiento. Tened en cuenta que a las compañías tecnológicas no les interesan especialmente tus datos personales, sino lo que puedan aprender de ellos. Así que ellos ganan porque aprenden (y ese conocimiento luego lo monetizan) y el cliente está protegido porque sus datos nunca salen del aparato. También es posible graduar el nivel de privacidad, de manera que ciertas cosas suben a la red y otras no.
¿Ejemplos de qué cosas subimos y qué no subimos?
Nuestra propuesta es construir una escala numérica con los datos mentales. Esto reflejaría directamente la resolución espaciotemporal. Los datos que tiene mayor resolución espacial y temporal serán los que estén más protegidos porque, teóricamente, son los que puedes descifrar con mayor riqueza de contenido. En cambio, las técnicas que tienen menor resolución espaciotemporal no estarían protegidas. Por ejemplo, que estés vivo o no, es decir si tienes o no señal cerebral, sería algo que no estaría especialmente protegido. Sin embargo, la posibilidad de lectura/escritura en tu cerebro pertenecería a la escala máxima de privacidad, porque de ahí puedes sacar mucha información.
Estamos escribiendo un articulo para mapear privacidad diferencial con una escala del 1 al 10, y de ahí pasamos por una función no lineal a computar lo que se llama épsilon, que tiene que ver con el riesgo del individuo.
Por ejemplo, con el covid hay aplicaciones en países asiáticos que miden la temperatura y otros aspectos. Es un nivel de invasión en el que, con la excusa de prevenir la enfermedad, extrae invasivamente información sobre el individuo. Y esto puede llegar a una situación peor, ¿no?
Claro. Por otra parte, China, por ejemplo, es una sociedad autoritaria, que claramente no respeta los derechos individuales. En las democracias occidentales es imperativo que estos derechos incluyan la protección de los datos mentales para evitar situaciones de invasión de la privacidad del individuo con la excusa de protegerlo
Yo soy optimista. La gente de Google, por ejemplo, me sorprendió. Tuve la impresión que están interesados de verdad en proteger los derechos y la privacidad de las personas. En Facebook también, no hay que olvidar que quienes están desarrollando la diadema son neurobiólogos, no se trata de malvados, sino de científicos y tecnólogos que quieren entender mejor cómo funciona el cerebro y a la vez mejorar la vida de los pacientes y consumidores. Lo cierto es que en las compañías tecnológicas no he encontrado todavía a nadie que esté en contra de los neuroderechos.
La inspiración sobre cómo tratar el problema me vino en 2016, precisamente en Donosti, escribiendo un artículo para una revista de Estados Unidos sobre las consecuencias éticas de la neurotecnología. Estaba tumbado en una cama, mirando al techo, y de repente comprendí como atacar el problema: la medicina es la solución, pensé. En el articulo propusimos la adopción de la medicina como un modelo para la neurotecnología. En medicina, es posible fabricar tecnología o un fármaco y ganar mucho dinero, como ocurre con las compañías farmacéuticas y, sin embargo, esa tecnología y esos fármacos ayudan a la gente, porque detrás hay un armazón ético muy sólido. La industria farmacéutica es lucrativa, pero no puede operar impunemente. Está controlada por reglamentos claros y profesionales independientes, que aprueban o no los fármacos.
Conectando con lo que estamos viviendo, el hecho de que tengamos que controlar un virus a través del rastreo de contactos implica que se agreda tu privacidad, aunque hay aplicaciones de anonimizado. Es necesario tener una actitud proactiva para lograr los beneficios sin pagar con los derechos, ¿no?
Sí. Yo creo que es posible. A veces la gente me dice que soy muy ingenuo y optimista. Sin embargo, llevamos ya dos mil años con unas reglas éticas de medicina y en cualquier país y época sirven, con muy pocas excepciones. ¿Por qué una tecnología de tanta importancia no puede ser desarrollada de esa manera, que encaje con los valores del humanismo y la sociedad igual que la medicina? Soy médico de carrera, lo he vivido, y todos los médicos son humanistas porque dedican su vida a ello. ¿Por qué no podemos incorporar esta idea dentro de la tecnología, que por ahora es computacional, pero que se va a convertir en neurotecnología?
El desarrollo de la inteligencia artificial… ¿podría estar limitado porque no sabemos lo suficiente de inteligencia natural, esto es la nuestra?
Exactamente. Por eso las tecnológicas también están metidas en la neurotecnología. Hay dos razones: para fabricar el nuevo iPhone cerebral, pero también para extraer algoritmos del sistema nervioso para mejorar las redes neuronales, que están inspiradas en unas bases antiguas de cómo funciona el cerebro.
¿Cuáles son las bases antiguas y las modernas?
Esto tiene que ver con un artículo en el que se describió cómo al hacer un modelo matemático. El modelo matemático más común en inteligencia artificial se basa en una red de «neuronas artificiales», conectadas entre sí y capaces de realizar una operación binaria (si/no) activándose mediante una función no lineal que toma en cuenta el input de las otras neuronas. Con estas redes puede resolverse la lógica booleana y por tanto son aptas para atacar muchos problemas computacionales. Las bases matemáticas datan de mediados del siglo XX, aunque a finales del siglo pasado y principios de este hubo una segunda revolución cuando se desarrollaron redes profundas y convolucionales, que son versiones más sofisticadas y que requieren enorme potencia de cálculo, pero a cambio dan resultados espectaculares, por ejemplo en reconocimiento de patrones. Pero conceptualmente las redes que usan hoy en día Facebook o Google se inventaron hace más de medio siglo y no dejan de ser simplificaciones muy burdas de cómo funcionan las redes neuronales biológicas. El problema es que no hemos descifrado el cerebro, sabemos muchas cosas de cómo funciona, pero también ignoramos muchos detalles.
En 1982, Hopfield propuso la idea de usar redes neuronales recursivas. Es algo que todavía no han explorado las tecnológicas. La importancia de estas redes recursivas es que cobran vida de forma independiente al exterior. La importancia no es el mapeo de entrada-salida, sino el estado interno de la red.
Llevamos desde la época de Ramón y Cajal pensando que el cerebro funciona como un agregado de neuronas individuales, pero posiblemente una descripción más correcta es imaginarlo como un sistema complejo, donde lo que importa es la coordinación entre neuronas, que establecen estados físicos con unas características determinadas y una entidad independiente del exterior, que se utiliza para manipular tu representación del mundo.
En este sentido, Hopfield, el invento de las redes recursivas, ha sido la persona que más me ha inspirado. Lo que hemos encontrado en el laboratorio desde hace años ha sido una demostración muy clara de que las redes no son secuenciales sino recurrentes, lo que permite una representación interna del mundo. También explica la memoria, por qué tienen la capacidad de retener datos. Las redes secuenciales, en cambio, aprenden, pero no tienen memoria.
Sobre lo que comentabas de que la computación puede haber llegado a un callejón sin salida, si cambiaran a un paradigma como este recurrente van a explorar un mundo nuevo, en el que encontrarán redes que tienen su propia vida.
Ya que hablamos de un físico que se mete a neurólogo, como es Hopfield, ¿cómo has vivido tu doble faceta de físico y de médico?
Yo soy un «mestizo profesional» y como dicen en inglés, «si juegas a muchas cosas, no eres bueno en ninguna». Pero el objetivo de mi carrera y mi contribución a mi rama de la ciencia es precisamente mezclar estas dos maneras de abordar el cerebro. Por un lado, la medicina y la biología pura y dura, que de ahí vengo, y mezclarlo con las ideas de la física. No es tan complicado, no necesitamos ecuaciones complicadas. Incluso las redes de Hopfield, en el fondo, son simples a nivel de formulación.
Tú empiezas estudiando Medicina en España, en la Autónoma.
Sí, yo empiezo estudiando en el Hospital Jiménez Díaz, del que soy orgulloso alumno. Fue la primera clínica en España que se centró en la investigación. Cuando estudié Medicina allí, me convalidaron las estancias en laboratorio en el extranjero como si hubiese estado en el hospital haciendo las rotaciones.
¿Nunca te planteaste ejercer como clínico?
Hay un momento, cuando descubrí la medicina interna, que sí me lo planteé. La medicina interna es muy parecida a la ciencia: haces lo que se llama el diagnostico diferencial. Al médico interno llegan los pacientes que no tienen un diagnóstico claro y tiene que hacer de Sherlock Holmes. Esto es método científico puro y duro: tienes que buscar una causa única, no puedes jugar con dos. A mí eso me encantaba, era un ajedrez intelectual.
Pero también me encantaba la investigación. Una cosa que me gusta mucho es la libertad que tienes como investigador. Esa libertad no es posible en el ejercicio de la medicina, ya que dependes del problema concreto que tenga tu paciente. Creo que esa fue la gran razón que me llevó a decantarme por la ciencia.
¿Desde el principio tenías claro que querías dedicarte a la neurociencia?
Si. Me interesó siempre el cerebro, pero la experiencia clave la tuve en cuarto de Medicina, cuando fui en verano al laboratorio de Sydney Brenner en Cambridge. Allí, le dije que me interesaban el cerebro y la evolución, pero me puso a trabajar en bacterias. Codo con codo con Leslie Barnett, trabajaba doce horas diarias, siete días a la semana, sobre una bacteria que pensabamos que iba a ser la alternativa a la E-Coli, que es la base de toda la biología molecular en la historia. Era una bacteria que vivía en el suelo y que podía generar antibióticos. El argumento era impecable y sin embargo no llegó a ocurrir. Esto también demuestra que la historia de los avances científicos no es lineal. Muchos de los avances tecnológicos que acabamos por adoptar se imponen a otros alternativos por pura casualidad.
¿Conociste a gente muy curiosa en Cambridge?
En Cambridge precisamente conocí a Pedro Miquel Echenique. Él había salido del gobierno vasco para volver a la ciencia, y le dieron plaza allí. Yo era estudiante de cuarto de Medicina y me adoptó como a un hijo. Incluso me invitaba a sus fiestas como el alevín. Desde entonces le quiero como a un padre, hemos estado siempre en contacto. Gracias a él, a partir de este año voy a invertir una parte de mi tiempo como investigador en el DIPC.
Precisamente acabas de organizar la conferencia NanoNeuro. ¿La conexión nano de dónde sale?
Empecé a trabajar en el DIPC el año pasado, y me di cuenta de que una de las fuerzas que tiene la zona de Donosti es la nanotecnología: hay químicos, físicos, teóricos… La posibilidad de organizar un grupo interdisciplinar de neurociencia con aportaciones de nanotecnología me interesa desde hace tiempo, pero creo que el País Vasco ofrece el entorno ideal para ello en este momento. Mi idea es crear un grupo fuerte de nano-neuro aquí a cinco años vista. Por ejemplo, podemos diseñar partículas para leer la actividad cerebral o estimularla neuronalmente, fabricarlas aquí y probarlas en Nueva York en ratones o en invertebrados, y contribuir así a abrir una puerta nueva al futuro de la biotecnología incorporando las cosas que se pueden hacer en nanotecnología, algo que todavía no ha ocurrido.
El término NanoNeuro todavía no ha empezado a utilizarse, y queremos que se asocie con Donosti.
Volviendo a Cambridge…
El momento más importante de mi carrera fue en Cambridge un sábado a las once de la noche, mientras esperábamos para completar un experimento, cuando Leslie Barnett me cuenta la historia de cuando hizo el experimento con Crick y Brenner que demostró que el código genético tiene tres letras. Sabían que había un código, pero nadie lo podía descifrar. Los laboratorios americanos quisieron hacerlo por fuerza bruta, sintetizando todas las posibilidades.
Entonces, Crick y Brenner, que son las dos personas más inteligentes que he conocido en mi vida, se pusieron a darle vueltas al tema y dieron con unos experimentos simples, que, correctamente interpretados, demostraron que el código genético tenía tres letras. Leslie me contó que hicieron todas las preparaciones en una tarde, luego se fueron al pub a tomar una cerveza y a la vuelta examinaron los resultados y descifraron el código genético, ganándole la carrera a los americanos.
En aquel momento, cuando abrieron la incubadora, Leslie cuenta que Crick le dijo «somos las únicas personas en el mundo que sabemos que el código genético tiene tres letras». No les dieron el Premio Nobel porque Crick ya tenía uno, aunque era una buena ocasión para dárselo a Brenner y a Barnett, el experimento lo merecía.
El caso es que Leslie me contó aquello historia a las once de la noche en el laboratorio y pensé: yo quiero hacer lo mismo en mi vida. Desde entonces, hasta hoy, estoy buscando el equivalente, dentro de la neurobiología, un experimento que demuestre cuál es el código neuronal. Y ese experimento tiene que ver con todas las tecnologías que se están haciendo, incluida la nano-neurotecnología. Tienes que ver una matriz y cuáles son sus fundamentos, las bases, si son de tres en tres, de cuatro en cuatro… En las neuronas todavía no sabemos cuál es esa base. Igual que el código genético se escribe de tres en tres, nosotros pensamos que el código neuronal se escribe en grupos de neuronas. Estamos en ello desde hace veinte o treinta años.
Entonces tú te has movido a lo largo de tu carrera con una idea bastante clara, ¿no?
Lo curioso es que, retrospectivamente, sí está muy claro, aunque a lo largo de una carrera los árboles no siempre te dejan ver el bosque y en el día a día parece que vas dando trompos. Me considero discípulo de Brenner, me marcó profundamente. Era un personaje único en su género, como se dice a menudo en inglés, incluso en su manera de hablar, con un acento judío sudafricano, tan especial. Yo me quería quedar en Cambridge a hacer la tesis con él, pero me aconsejó ir a trabajar con Wiesel en la Universidad Rockefeller. Ahí empezó mi carrera en neurobiología.
Brenner murió el año pasado, en marzo y ese mismo día soñé con él. Cuando me desperté le dije a mi mujer «creo que se está muriendo». Y así fue.
De Cambridge a la Rockefeller. O sea, que no te quedaste en España ni un minuto.
No, volví y acabé la carrera de Medicina y literalmente a la semana después entré como estudiante de doctorado en la Rockefeller. En el laboratorio de Wiesel había unas veinte personas. Una de las chicas era brillantísima, era la hija de Hopfield, y yo le tenía mucho respeto a Jessica, hasta hoy. Acabando el doctorado, un día le pregunté qué pensaba que debía hacer de postdoc, y ella me dijo «vete a los laboratorios Bell de física». Y así lo hice, de la Rockefeller me fui a los laboratorios Bell, en Nueva Jersey.
Estuve cinco años allí, en Bell Labs. Era la única persona que no era físico de todos los que estaban allí. Éramos cien personas, el director era Horst Störmer. Él tenía como diez minidepartamentos, y uno de ellos era biología computacional. Allí estaba Hopfield y un montón de gente que siguió después con esa trayectoria, ahí me incorporé yo como el único biólogo y además médico que había. Por un lado fue muy duro para mí, porque entré en un sitio donde todo el mundo sabía mucho de física. Pero allí aprendí todo lo que pude, desarrollé una nueva forma de pensar y también pude contribuir con mis conocimientos. Estoy muy orgulloso de haber pertenecido a ese núcleo de Bell Labs. El tiempo dirá, pero a algunas de estas personas les están empezando a dar buenos premios, igual cae un Nobel.
Estamos ahora en una situación en la que la ciencia es la favorita de todo el mundo, porque hace falta una vacuna. Pero en las últimas décadas ha habido una pulsión a cortar la financiación en ciencia básica.
Soy optimista en esto. La penúltima vez que vi a Brenner estábamos tomando copas de madrugada en un bar, y me dijo: «lo que le da sentido a mi vida es hablarle de ciencia a un chico de catorce años y ver como le brillan los ojos». Yo creo que los científicos llevamos una antorcha, y encendemos la llama de la ciencia allá donde vamos. La ciencia es como un virus que se propaga a través de la mirada.
Esto me lleva a otra cosa recurrente cuando hablo con científicos: la existencia del maestro. Da la impresión de que es una de las constantes en la ciencia, y que tiene que ver con esa transmisión.
La ciencia es una actividad un poco medieval, como los gremios. Estás con un maestro durante un tiempo de tu vida, y te transmite algo que no está escrito en los libros, que es la manera de pensar, de ser, la mirada. Y tú a la vez se lo pasas a la siguiente generación. Así funcionamos los científicos desde siempre, y no nos pueden machacar. Nos pueden cortar el dinero, pero seguiremos investigando.
Una cosa que me preocupa últimamente es que muchos investigadores de treinta o treinta y cinco años tienen ya más trabajo como managers que como investigadores.
Eso no me gusta nada. Yo lo veo como la profesionalización de la ciencia y mi punto de vista es que la ciencia tiene que preservar de alguna manera un cierto espíritu amateur. Esto es algo que aprendí en Cambridge y llevo dentro. Obviamente esto es mucho más fácil de decir que de hacer. La ciencia se ha convertido en una industria y se han desarrollado una serie de fórmulas que hay que seguir para tener éxito. A mí lo que me atrajo de la ciencia es el espíritu amateur, de curiosidad, un poco incluso infantil. El experimento del código genético que hablábamos antes es un experimento amateur, no habían sintetizado nunca un aminoácido. Esa es la gracia de la ciencia, encontrar conexiones nuevas, pensar de una manera distinta, y hacerlo en plan juguetón.
Tienes que trabajar en las cosas que te gustan, porque así el trabajo no es trabajo, y trabajas más. El problema es encontrar lo que te gusta. Existe el gossip test, es decir, lo que te gusta son las cosas sobre las que te gusta cotillear.
Brenner decía que hay tres tipos de científicos: los accidentales, que descubren algo por accidente, los incidentales,que están en la cresta de la ola haciendo lo que todo el mundo hace, y los trascendentales, que son los que cambian el mundo. Hoy en día, la presión sobre los jóvenes tiene tendencia a crear muchos incidentales, pero podría ir en detrimento de los trascendentales.
Cambiando de tema, ¿qué te pasa a ti con la cultura vasca?
Pues es como lo que te pasa con una chica de la que te enamoras. Yo me enamoré del idioma, de la cultura, de la sociedad vasca, siempre me ha gustado. También me encanta la montaña, lo directa que es la gente de aquí, algo que también creo que tiene que ver con el idioma. Aquí me siento feliz, me gusta todo.
Define un poco la cultura vasca.
Yo no soy experto en esto, es mi opinión personal, pero creo que tiene que ver con el idioma, que es un idioma muy directo, que describe al mundo sin tapujos y sin capas de eufemismos. En euskera se expresa con la palabra jatorra, que no tiene una buena traducción simple en castellano, quizás algo como ser auténtico. Muchos lingüistas dicen que el idioma no define la manera de pensar, pero yo siento que sí, ya que el idioma modela como piensas. Yo creo que el euskera es un idioma que define a las cosas con términos que se refieren a ellas de una forma directa, lo que te obliga a vivir de una manera real. En euskera es difícil no estar en lo que estás.
Por ejemplo, el refrán favorito de mi primer profesor de euskera era «usteak erdia ustel», que vendría a decir, «las opiniones son medio basuras». O sea, si tú opinas, es que no sabes, así que mejor cállate. O sabes o no sabes. Aquí es típico ir de forma directa. El idioma te hace pensar de forma distinta.
Yo aquí estoy muy a gusto. En ambientes anglosajones hay mucha hipocresía, no se dice lo que se hace y al revés.
Hay otro elemento: en tu vida personal, pareces el típico español que se va a Estados Unidos y se casa con una americana, pero luego te gusta lo vasco. Es como que te sales del tiesto.
Yo lo veo todo relacionado. Cuando miras hacia atrás, lo veo como un camino natural, no veo ningún giro. Mi madre nació en el exilio, mis abuelos eran republicanos, de una familia de origen sefardí. Mi madre tenía un laboratorio de análisis químico y recibía a la gente con una bandera republicana en la solapa. El año pasado en una conferencia que di, mi madre coincidió con el rey y se hizo una foto con él, pero le contó que era una republicana nacida en Tánger.
Yo llevo el nombre de mi abuelo, Rafael. A mi abuelo le detuvieron en la sublevación del 36 para fusilarle, y fusilaron a la gente por orden alfabético, pero él se llamaba Rojas, así que le dejaron para la mañana siguiente. Él se escapó esa noche de la cárcel y acabó en Tánger. Por eso yo estoy colaborando con la memoria histórica. A mi madre le hizo muy feliz que me casara con una chica judía. He trabajado con muchos judíos. Los judíos son muy parecidos a los mediterráneos.
También tuve la suerte de que mis padres apoyaron siempre que me dedicara a la investigación. Cuando dice que quería dejar la medicina también me apoyaron para que me fuera a Estados Unidos.
También resulta que mi mujer se dedica a la memoria histórica. Es especialista en la negociación con México, Estados Unidos y Canadá sobre el tratado de libre comercio. Yo le dije que estudiara en España, pero me decía que Europa era aburrida, que no ocurría nunca nada. Ella habla español perfectamente, hizo la tesis en Harvard pero el trabajo de campo en México. Me tiré más de una década intentando convencerla de que estudiara España en lugar de Latinoamérica. De repente, detuvieron a Pinochet en Londres, y ella estaba estudiando en Chile. Ahí se mete en la memoria histórica con el caso Pinochet, y hay una jueza argentina que pone un pleito con España sobre memoria histórica, y de ahí ella salta a España y se interesa por la guerra civil. De esta forma se cerró el círculo. Los judíos también se interesan mucho en apoyar a todos los pueblos que han sido oprimidos, ella lo lleva en la sangre.
Aquí se ve una conexión humanismo-ciencia. A menudo se tiende a ver la ciencia como algo desacoplado de ello.
Yo creo que tenemos que volver a un nuevo Renacimiento en ese sentido. El ideal del hombre renacentista era alguien que hacía de todo. Los filósofos sabían de estrellas y sabían de poesía.
En los últimos siglos nos estamos especializando en ramas paralelas, pero nos toca ya juntarlo todo otra vez. Creo que este puede ser un buen momento para, con la neurobiología, descubrir cómo pensamos y encontrar por fin la clave del ser humano. No son campos distintos, está todo relacionado. Yo siempre he visto la ciencia como algo intrínsecamente humano, y que depende directamente de quién haya sido tu maestro. Siempre digo a mis alumnos que es mucho más importante lo que hables con una persona que lo que hayas escuchado en trescientas clases.
Creo que estamos en las puertas de un nuevo Renacimiento, que esto lleva de la mano conocer el cerebro y la mente humana, aspectos como las emociones, el amor, el dolor… Todo eso lo vamos a entender de verdad, científicamente. En ese momento nos vamos a ver con una luz distinta, vamos a dejar caer los prejuicios que tenemos y la sociedad cambiará a mejor. Se hará una sociedad más libre y feliz. Espero que acabemos con problemas que hemos tenido siempre, como las guerras, en el momento que entendamos cómo surge todo eso.
En mi opinión, estos misterios son los que intentan descifrar las humanidades.
El mejor libro que he leído en mi vida es, quizás, Anna Karenina. Es un libro muy curioso porque superficialmente es un culebrón, pero es como la vida exprimida. Ahí está todo: el amor, los celos, la inteligencia, cómo educar a los hijos, el trabajo… Y lo entiendes de una manera nueva, lo ves con los ojos de Tolstói, que te lo cuenta desde un ángulo nuevo.
Los grandes humanistas creo que dan con claves que están ahí. Y creo que llegaremos a eso científicamente, y nos daremos cuenta de que todo está conectado. Hay páginas de Anna Karenina que las releía, porque pensaba en cómo podía ser tan inteligente Tolstói para contarlo de una manera tan profunda y veraz. Las buenas humanidades llegan al fondo de todo esto. No hay que desperdiciarlas, al contrario. Hay muchos artistas que se maravillan de la ciencia, y al revés.
Postdata: La conversación podría haberse extendido aún muchas horas, animada por el sabor del buen café y la imposible luz que ilumina la bahía de Pasaia. Pero de repente suena el teléfono de nuestro entrevistado. «Perdonad, tengo que cogerlo», nos dice. Habla unos instantes, cuelga y se levanta presuroso de la mesa. «Tengo que irme», declara y sale a la carrera, dejándonos con la miel en la boca. Unos días después, se despeja el misterio de su apresurada tocata y fuga. El telefonazo era de alguien de la asociación Aranzadi, comunicándole que habían descubierto algo nuevo. Rafa llegó a Altzo a tiempo de desenterrar los restos del gigante, que seguían en su tumba y ahora, más que nunca, pasan a formar parte de la memoria histórica de su pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Quin és el teu Super-Comentari?