Si eres una mariposa nocturna y piensas que haciendo el don Tancredo no corres peligro, te equivocas. Para atrapar presas difíciles de detectar, los murciélagos orejudos (Micronycteris microtis) han desarrollado una elaborada técnica de caza: utilizan las hojas de los árboles en los que se emboscan sus presas como “espejos acústicos”.
La carrera armamentista evolutiva entre murciélagos y mariposas heteróceras (en adelante me referiré a ellas como polillas) está condicionada por la capacidad de los primeros para utilizar una especie de sonar biológico que les permite detectar a las segundas en completa oscuridad.
Averiguar cómo se las apañaban los murciélagos para navegar entre tinieblas se convirtió en una de las grandes obsesiones del naturalista italiano Lazzaro Spallanzani (1729-1799), cuya pasión por la biología lo llevó a hacerse cura de misa y olla para garantizarse la subsistencia.
Spallanzani realizó una apasionante variedad de elegantes (y crueles) experimentos con murciélagos que le permitieron concluir que, de alguna manera incomprensible, los quirópteros veían con los oídos.
Hasta ahí pudo llegar. Enfrentado a la ortodoxia científica de la época, sus experimentos cayeron en el olvido y la investigación sobre la orientación de los murciélagos quedó interrumpida durante siglo y medio.
En 1944, Donald R. Griffin publicó una breve reseña en la revista Science para comunicar sus hallazgos sobre la capacidad de orientación a ciegas de los murciélagos. A Griffin, además de reivindicar el acierto de Spallanzani, le cabe el honor de haber hallado lo que él mismo denominó “ecolocalización”.
Un sonar biológico
La ecolocalización es una forma de sonar biológico que Griffin explicó con la precisión de un relojero. Los murciélagos emiten sonidos de alta frecuencia (la frecuencia es la cantidad de ondas de sonido generadas por segundo). Luego localizan a las presas escuchando los ecos generados cuando sus sonidos se reflejan en ellas. Las frecuencias utilizadas por los murciélagos oscilan entre 12 y 210 kHz. Dado que la audición humana desaparece a unos 20 kHz, esto significa que la mayoría de los murciélagos ecolocalizan a frecuencias mucho más altas de lo que los humanos podemos oír.
Hasta ahora se pensaba que era sensorialmente imposible que los murciélagos encontraran presas silenciosas e inmóviles en el desorden de la espesura de selvas y bosques utilizando la ecolocación. No es así. Lo consiguen haciendo rebotar sus ultrasonidos contra las hojas que rodean a las polillas inmovilizadas. Aunque los murciélagos orejudos no pueden detectar a las presas en vuelo frontal porque las ondas sonoras rebotan en la hoja y enmascaran cualquier señal proveniente del insecto, no tienen dificultad alguna para detectarlas cuando se acercan a las hojas desde ángulos oblicuos.
Esa estrategia revela un nuevo paso en la carrera armamentista entre los sistemas sensoriales de los depredadores y sus presas, y desafía la hipótesis de que el silencio puede ser una herramienta eficaz de autodefensa para las presas de los quirópteros insectívoros.
Para entender la aparición de esa estrategia evolutiva hay que considerar las batallas libradas entre murciélagos e insectos nocturnos durante miles de generaciones. A los murciélagos les encantan las polillas: son grandes y nutritivas y una excelente fuente de alimento para unos animales que pueden comer prácticamente su propio peso corporal en insectos cada noche. Si consigue atrapar una polilla gordita, un murciélago se ahorra el trabajo empleado y la energía gastada persiguiendo presas más pequeñas y menos sustanciosas.
Las polillas contraatacan
Como no hay atajo sin trabajo, las cosas no son tan fáciles. Dado que son unas piezas muy codiciadas entre las distintas especies de murciélagos, las polillas han desarrollado toda una batería de estrategias para combatir la ecolocalización. Algunas especies, por ejemplo, tienen escamas que “atascan” el sonar de los murciélagos para evitar su detección. Otras han desarrollado antenas especiales que pueden detectar ultrasonidos de ecolocalización, por lo que pueden huir antes de caer presas de un murciélago al acecho.
Los murciélagos no se han tomado esas contramedidas evolutivas a la ligera. En respuesta, algunas especies como el murciélago europeo de bosque (Barbastella barbastellus) han desarrollado señales de ultrasonido alternativas, de “ecolocación sigilosa”, emitidas a frecuencias e intensidades que las polillas no pueden detectar. La ecolocalización de esta especie es de una intensidad mucho menor (10 a 100 veces menor) que las llamadas de otros murciélagos que cazan en ambientes similares.
La mayoría de los murciélagos son cazadores de espacios abiertos que atrapan insectos que vuelan en algún lugar al aire libre como los claros de las selvas. La caza al aire libre evita que los sonares de ecolocación choquen con el entorno. Sin embargo, el hecho de que el murciélago de orejas grandes haya ideado una solución a este problema sugiere que podrían surgir más sorpresas en la batalla tecnológica de los murciélagos por capturar sus presas, sobre todo si se investiga entre los vespertiliónidos, una familia de murciélagos especializada en cazar polillas.
El mundo más allá de nuestros sentidos
Habituados a percibir con nuestros cinco sentidos, ignoramos que el mundo está repleto de señales que no percibimos. Criaturas diminutas viven en un mundo diferente gobernado por sentidos que nos resultan extraños porque exceden el alcance de nuestra limitada percepción de las sensaciones familiares. Somos extraordinariamente crédulos y estamos muy predispuestos a la aceptación de nuevos poderes con los que los impostores de la paranormalidad y de la magia inducen a creer en un mundo sobrenatural.
Rodeados de tantas cosas fascinantes y reales que no vemos, oímos, olemos, tocamos o saboreamos, no somos conscientes de que la naturaleza es más de lo que podemos percibir, de que los poderes de percepción «parahumana» están a nuestro alrededor en las aves, las abejas o los murciélagos.
El uso de las hojas como espejos acústicos es la última frontera conocida en la eterna lucha entre los murciélagos y sus presas. Como les ocurría a los pupilos del dómine Cabra, el hambre agudiza los sentidos.
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