Una investigación coliderada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC),
la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y la Universidad
de Paris Sud (Francia) ha revelado que el efecto que se produce cuando
dos nanoesferas de oro están a una distancia inferior a un nanómetro, en
el que el espacio vacío puede cambiar de color, se debe a que los
electrones acumulados en las paredes áureas de
estas nanoesferas pueden experimentar el efecto túnel, lo que reduce la
carga de la superficie y modifica su color de rojo a azul, según ha
publicado Nature.
El investigador del Centro de Física de Materiales (centro mixto del CSIC y la Universidad del País Vasco) Javier Aizpurua, que ha dirigido la parte española de la investigación, compara esta reducción de carga con la tensión liberada a través de un beso: “Cuanto más se acercan las nanoesferas de oro más carga presentan sus superficies y dicha carga sólo es liberada a través del salto cuántico de sus electrones, del mismo modo que la tensión previa a un beso aumenta según se acercan las caras y se libera cuando finalmente se juntan los labios”.
En este caso, el acercamiento de las nanoesferas de oro generaría entre ellas un beso virtual, ya que nunca llegan a tocarse, que liberaría de carga a sus superficies y cambiaría el color de la cavidad existente entre ellas.
A distancias inferiores a un nanómetro, el vacío existente entre dichas bolas metálicas adquiere color gracias a la interacción de los electrones de su superficie con la luz.
El haz los empuja y los hace oscilar, lo que les aporta un color plasmónico rojo que se va intensificando a medida que se acercan las esferas. Cuando la distancia entre ambas se reduce por debajo de 0,35 nanómetros, los electrones de sus superficies comienzan a experimentar el efecto túnel, lo que va transformando el color plasmónico del vacío en azul a medida que se reduce la carga eléctrica.
El investigador del Centro de Física de Materiales (centro mixto del CSIC y la Universidad del País Vasco) Javier Aizpurua, que ha dirigido la parte española de la investigación, compara esta reducción de carga con la tensión liberada a través de un beso: “Cuanto más se acercan las nanoesferas de oro más carga presentan sus superficies y dicha carga sólo es liberada a través del salto cuántico de sus electrones, del mismo modo que la tensión previa a un beso aumenta según se acercan las caras y se libera cuando finalmente se juntan los labios”.
En este caso, el acercamiento de las nanoesferas de oro generaría entre ellas un beso virtual, ya que nunca llegan a tocarse, que liberaría de carga a sus superficies y cambiaría el color de la cavidad existente entre ellas.
A distancias inferiores a un nanómetro, el vacío existente entre dichas bolas metálicas adquiere color gracias a la interacción de los electrones de su superficie con la luz.
El haz los empuja y los hace oscilar, lo que les aporta un color plasmónico rojo que se va intensificando a medida que se acercan las esferas. Cuando la distancia entre ambas se reduce por debajo de 0,35 nanómetros, los electrones de sus superficies comienzan a experimentar el efecto túnel, lo que va transformando el color plasmónico del vacío en azul a medida que se reduce la carga eléctrica.
Fusión de la visión cuántica y clásica del mundo
El investigador de la Universidad de Cambridge Jeremy Baumberg, responsable del equipo experimental, explica: “Alinear dos nanoesferas de oro es como cerrar los ojos e intentar que dos agujas sostenidas con los dedos se toquen por ambas puntas”. Según Baumberg, conseguirlo les “ha costado años de duro trabajo”.
Por su parte, Aizpurua detalla que para poder predecir los cambios de color obtenidos en el experimento fue necesaria “la fusión de la visión cuántica y clásica del mundo”. “La modelación de tantos electrones oscilando dentro de las bolas de oro en respuesta a un haz de luz no podría ser descrita con las teorías existentes”, asegura el investigador del CSIC.
Esta reinterpretación de la interacción entre la luz y la materia a escala nanométrica podría aportar nuevas maneras de describir y medir el mundo a escala atómica y abre la puerta a nuevas estrategias para la fabricación de dispositivos tecnológicos optoeléctricos luminosos.
La investigación ha contado, además, con la participación de investigadores del Centro Nacional de Investigación Científica (Francia); y ha sido financiada a través del proyecto ETORTEK de Nanociencia y Nanotecnología del Gobierno Vasco, el proyecto Eranet CUBiHOLE de la Unión Europea y por la agencia vasca de Ciencia IKERBASQUE.
El investigador de la Universidad de Cambridge Jeremy Baumberg, responsable del equipo experimental, explica: “Alinear dos nanoesferas de oro es como cerrar los ojos e intentar que dos agujas sostenidas con los dedos se toquen por ambas puntas”. Según Baumberg, conseguirlo les “ha costado años de duro trabajo”.
Por su parte, Aizpurua detalla que para poder predecir los cambios de color obtenidos en el experimento fue necesaria “la fusión de la visión cuántica y clásica del mundo”. “La modelación de tantos electrones oscilando dentro de las bolas de oro en respuesta a un haz de luz no podría ser descrita con las teorías existentes”, asegura el investigador del CSIC.
Esta reinterpretación de la interacción entre la luz y la materia a escala nanométrica podría aportar nuevas maneras de describir y medir el mundo a escala atómica y abre la puerta a nuevas estrategias para la fabricación de dispositivos tecnológicos optoeléctricos luminosos.
La investigación ha contado, además, con la participación de investigadores del Centro Nacional de Investigación Científica (Francia); y ha sido financiada a través del proyecto ETORTEK de Nanociencia y Nanotecnología del Gobierno Vasco, el proyecto Eranet CUBiHOLE de la Unión Europea y por la agencia vasca de Ciencia IKERBASQUE.
Judith Tobeñas
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